miércoles, 6 de julio de 2016

El criminólogo Juan Ignacio Blanco diserta sobre la desaparición de "El Nani", caso policial emblemático de los años 80s.


JUAN IGNACIO BLANCO SOBRE LA DESAPARICIÓN DEL "NANI"


Santiago Corella, 'El Nani', caso abierto

Tanto pesaba el apellido Corella que hace ya 17 años, cuando la tristeza y la mala vida se llevaron para siempre a su pareja, Soledad Montero, los hijos de El Nani, Eva y Rubén, hicieron un punto y aparte, y arrancaron una nueva vida. ¿Acaso se avergüenzan ahora de su padre? «¡No diga eso ni en broma! Soy Corella Montero con orgullo. Pero hubo un momento en que su ausencia se hizo tan dura y pesada, que era insoportable tirar adelante. Desde que murió mi madre dejé de ser el hijo de El Nani para ser solo Rubén».




Juan Ignacio Blanco Durán

A sus 36 años, Rubén es la fotocopia de su padre, y Eva, tres años mayor que el hermano, es la misma morenaza guapa que en su día fue su madre.En sus perfiles de Facebook, los dos hermanos han ocultado sus apellidos pero los ojos vivos azules de El Nani les delatan. Este martes se cumplen 30 años del asesinato de Santiago Corella Ruiz, el primer desaparecido de la democracia cuyo cadáver sigue en paradero desconocido. «Me alegra que alguien recuerde todavía a mi padre. Fíjese, ni me acordaba de que se cumplían 30 años. Como pasa el tiempo...», cuenta Rubén al teléfono. Sigue viviendo en el barrio madrileño de San Blas y trabajando de carnicero en el mismo supermercado de los últimos años. Rubén y Eva han conseguido que solo los conocidos les identifiquen ya como los hijos de El Nani.

Han pasado 30 años y todavía es un misterio en qué lugar tres policías nacionales -dos inspectores y un comisario- ocultaron el cadáver de este joven atracador sin delitos de sangre, al que el 12 de noviembre de 1983 mataron de una paliza en las dependencias de la antigua Dirección General de Seguridad (DGS) de Madrid, en la Puerta del Sol.

Rubén ha perdido la esperanza. «Mi madre -explica- murió con la pena de no haber llevado flores a la tumba de su marido, y nosotros no podremos enterrar a mi padre. Ninguno ha hablado hasta ahora y se llevarán el secreto a sus tumbas».

Los años felices

Nacido en Auñón (Guadalajara) en 1954, el tercero de siete hermanos, Santiago Corella empezó a trabajar en Madrid a los 10 años vendiendo patatas. Fue pulidor en un taller de joyería y soldador en una empresa de construcciones. La empresa cerró y junto a su mujer, Soledad, abrieron un pub en el barrio de Canillejas. Fueron sus años más felices. Soñaba con viajar. Le cerraron el local por ruidoso y necesitaba 300.000 pesetas para reabrirlo. Cometió su primer atraco en solitario, en un supermercado del barrio de La Concepción. Alguien se chivó y el inspector Victoriano Gutiérrez Lobo le esperaba en la puerta. El Nani intentó huir en su Seat 127, pero fue tiroteado, perdió el control del volante y arrolló a Gutiérrez, que resultó herido de gravedad en una pierna. Tres años después, el 12 de noviembre, Corella y el inspector Gutiérrez volvieron a encontrarse.



Ese 12 de noviembre de hace 30 años, El Nani dormía en un sofá-cama en casa de sus hermanas en la calle de Acentejo, en San Blas. Hacía dos meses que había salido de prisión después de que su gran amigo Ángel Manzano, a quien conoció en la cárcel de Carabanchel, pagara parte de la fianza. Estaba tranquilo y esperaba que otro amigo abriera un bar para darle trabajo.

Sobre la una del mediodía, cinco policías del Grupo III de la Brigada Provincial de la Policía Judicial de Madrid entraron en la casa y se lo llevaron a punta de pistola. Santiago Corella tenía 29 años. No pudo oponer resistencia. Estaba medio dormido. Su mujer prometió a los policías que se acercaría al edificio de la Puerta del Sol cuando encontrara a alguien con quien dejar al sobrino. Los dos hijos de la pareja, Eva y Rubén, vivían ya con su abuela.

Consuelo, Lourdes e Inmaculada, tres de las cuatro hermanas de El Nani, y su mujer fueron arrestadas horas después, junto al delincuente Ángel Manzano. Les acusaron del asesinato del joyero Pablo Perea Ballesteros, al que unos atracadores habían matado de un tiro apenas dos semanas antes en el transcurso de un asalto a su joyería Payber de la calle de Tribulete, junto a la plaza de Lavapiés de Madrid.

El entonces ministro del Interior, el socialista José Barrionuevo, autorizó personalmente que a los dos atracadores y a Soledad se les incomunicara y se les aplicara la ley antiterrorista. La instrucción del sumario que años después juzgó y condenó a los tres policías que le asesinaron describió que en su estancia en la DGS El Nani fue salvajemente torturado. Muchos aquel día escucharon sus chillidos desesperados mientras era golpeado y un policía le gritaba y repetía una y otra vez: «Nani, canta. ¿Dónde está el oro?». Los gritos nunca se fueron de la memoria de Consuelo Corella, detenida en un despacho contiguo, y que lloraba para no escuchar los lamentos de su hermano, mientras suplicaba que no le pegaran más. Recuerda que se le acercó un policía y le dijo: «¿Pero a quién, a quién? ¿Tú ves que le estemos pegando a alguien? Te voy a dar una hostia para que se te pase el histerismo».

Ajuste con «un chivato»

El periodista José Antonio Pérez, subdirector de El Correo Gallego, también escuchó los gritos de El Nani. Treinta años después los recuerda como aquel día que visitó por primera vez la brigada de atracos. Pérez tenía 27 años, estaba estudiando Sociología y trabajaba en la agencia de detectives de un familiar. «Un amigo tenía que visitar a un inspector en Sol y quise acompañarle». En la primera planta, un largo pasillo oscuro y lúgubre daba entrada a los despachos de los diferentes grupos de la policía judicial. «Unos lamentos estremecedores lo llenaban todo», recuerda el periodista. Entonces preguntó al inspector. «Nada, unos compañeros que están arreglando cuentas con un chivato», le dijo. Meses después, el detective contó a un amigo: «¿Recuerdas aquellos gritos en Sol? Eran de El Nani».


Ángel Manzano fue el último en ver a Santiago Corella con lo poco que le quedaba de vida. Tras ser detenido ese mismo día y recibir unos cuantos puñetazos nada más llegar a la DGS, le llevaron frente a su amigo. El Nani apenas podía levantar la cabeza. Era sostenido por tres policías. Eran las cuatro de la tarde. A partir de ese momento, la pista del joven se perdió para siempre. Manzano recibió tal paliza que, como él mismo contó después a Interviú: «Estaba dispuesto a comerme la muerte de Manolete». Aquellos policías solo querían saber dónde estaban los 40 kilos de oro que Ezequiel Gutiérrez Echevarría, jefe de una banda de atracadores en la que estuvo El Nani, había enterrado en el pueblo de Benafarces (Valladolid). Oro que procedía de robos y que, con la ayuda del joyero santanderino y confidente de la policía Federico Venero, habían fundido en lingotes.

A Soledad Montero la patearon, golpearon y amenazaron con violarla. Fue conducida a la cárcel de Yeserías. En comisaría, un testigo la señaló como la mujer morena que participó en el atraco de la joyería de Tribulete. La colocaron en una rueda de reconocimiento junto a sus cuñadas, las tres hermanas rubias y de ojos azules de El Nani.

Las páginas de sucesos de la época contaron cómo la policía había detenido a los asesinos del joyero, pero que Santiago Corella, el líder de la banda y quien apretó el gatillo, se había escapado. Ante la insistencia de algunos periodistas, un portavoz de la policía declaró: «También los de ETA desaparecen y a nadie le parece raro».

Policías «fatigados»

Los policías escribieron en el atestado que sobre la una de la madrugada trasladaron a El Nani esposado a un descampado de Vicálvaro donde escondía la pistola calibre 7,65 y la escopeta de cañones recortados utilizadas en el atraco a la joyería. Allí estaban el comisario jefe del grupo de atracos, Francisco Javier Fernández Álvarez, el jefe del grupo III de atracos a joyerías, el inspector Victoriano Gutiérrez Lobo, y el también inspector Francisco Aguilar González.


En un descuido de los tres policías, cerca de la calle del Butrón, El Nani empujó a uno y huyó. Ni los nueve grados que había esa madrugada en Madrid, ni las torturas a las que había sido sometido en comisaría frenaron al joven. Ninguno de los policías corrió detrás de él. Dijeron que estaban «fatigados» por el duro interrogatorio.

Dos meses después, policías de la comisaría del barrio de La Estrella detuvieron a Manuel Pulido y Luisa Pérez como autores del atraco y homicidio de la joyería de la calle de Tribulete. Años después fueron absueltos. Soledad Montero salió de prisión y denunció la desaparición de su marido. El entonces titular del juzgado número 11 de Madrid, Andrés Martínez Arrieta, dirigió una de las investigaciones más complejas y difíciles de la Transición en la que logró desenmascarar una peligrosa mafia policial. Tras siete meses superando trabas, concluyó el sumario. A partir del folio 1.358, en un informe de 12 páginas, el magistrado asegura que «el detenido murió en comisaría». Y añade: «Resulta extraño que un detenido, débil por las lesiones que padecía y adicto a los estupefacientes, se escape de tres funcionarios de policía en un terreno llano».

No iba a ser fácil conseguir justicia. El 16 de abril de 1985 la sala cuarta de la Audiencia Provincial de Madrid archivó el caso. Cuando parecía que la desaparición de El Nani iba a quedar impune, en diciembre de ese mismo año el joyero y confidente Federico Venero denunció la existencia de una mafia policial que amañaba atracos con delincuentes, que se quedaba con parte de los botines y que era capaz de acribillar a los atracadores cuando les molestaban. Lo sabía porque había colaborado con ellos. El arrepentido aseguró que El Nani murió en comisaría y que después fue enterrado en cal viva en un descampado de Vicálvaro.

El juicio por la desaparición de El Nani no comenzó hasta abril de 1988. Antes, Soledad contó en Interviú cómo había empezado a trabajar embutida en una malla en un bar de toples para sacar adelante a sus hijos. En esa época, la policía soltó todo tipo de bulos, como hacer creer que huyó a Francia y que había sido asesinado en un ajuste de cuentas.

Durante el juicio contra el comisario y los dos inspectores implicados en la desaparición, la Guardia Civil buscó el cadáver de El Nani en tres pantanos. Primero en el de Guadalén, en Jaén. Y después, en los de Puente Nuevo y Guadanuño, en Córdoba, cerca de la finca de Campo Alto, en Obejo, propiedad del bisnieto del conde de Romanones, el aristócrata Jaime Messía Figueroa.
El pantano de Guadalén

Durante el juicio, otro delincuente, Luis Miguel Rodríguez Pueyo, que había sido citado como testigo de la defensa de los policías, sorprendió asegurando que su amigo Messía Figueroa le confesó haber ayudado a unos policías a deshacerse del cadáver de El Nani. Contó que los tres policías sacaron el cadáver de la DGS y lo cargaron en el Land Rover de Messía Figueroa. Este lo arrojó después en el pantano de Guadalén. Tras ser extraditado desde Miami, donde estaba huido, Messía Figueroa quedó en libertad sin cargos en 1996. La jueza María Tardón archivó la acusación por falta de pruebas.

La sentencia llegó en agosto de 1988. El comisario Francisco Javier Fernández Álvarez y los inspectores Victoriano Gutiérrez Lobo y Francisco Aguilar González fueron condenados a 29 años por los delitos de falsedad, detención ilegal, desaparición forzada, torturas y privación de derechos cívicos. Hace más de 10 años que están en libertad.

Ver nota acá http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/santiago-corella-nani-caso-abierto-2827330

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