"Bariloche, pacto de silencio"
“Hubo un ocultamiento consciente”
El director se refiere a la actitud de parte de la sociedad de Bariloche, la ciudad que el ex SS eligió para refugiarse. “Los argentinos seguimos teniendo una curiosa fascinación por lo que proviene de Europa”, dice Echeverría, que se formó artísticamente en Alemania.
Imágenes de jóvenes en los festejos por el cumpleaños de Adolfo Hitler, el Führer, con inmensas telas con esvásticas de fondo; juventudes hitlerianas acampando frente al lago Moreno, en Bariloche, y el libro Mi lucha, de Hitler, de lectura obligatoria en un colegio alemán durante los ’50, son algunos retratos estremecedores que aparecen en el documental Pacto de silencio, del director Carlos Echeverría, que se estrena hoy a las 18.30 en el Malba. La película indaga sobre el comportamiento de una parte mayoritaria de la comunidad alemana de Bariloche que, como una hermandad, albergó, apañó y protegió a criminales de guerra que llegaron a fines de los ’40. La figura central es Erich Priebke, genocida y ex oficial nazi de las SS que llegó a la Argentina en 1948 y fue ascendiendo: de ser un simple mozo de hotel se convirtió en el presidente de la Asociación Cultural Germano-Argentina.
Priebke –responsable de la masacre de las Fosas Ardeatinas– donde fueron asesinados 335 italianos en 1944– fue extraditado de Bariloche a Italia en 1995. Pacto de silencio, filmada en Alemania, Italia, Chile y la Argentina, producida por Maitén Cine, contó con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Echeverría (47 años) nació en Bariloche, es hijo de una alemana y estudió cine en Munich. En la entrevista con Página/12, el director se refiere a ese ámbito que conoce tan bien desde la infancia.
–Juan, como si nada hubiera sucedido y Pacto de silencio tienen puntos en común. ¿Por qué no filmó primero Pacto..., que desde el punto de vista histórico aborda un tema cronológicamente anterior?
–A comienzos de los ’80 yo estaba estudiando cine en Munich. La Argentina estaba urgida por saber cuál había sido el destino de los desaparecidos y cómo seguiría el rumbo político. Tuve la posibilidad de viajar varias veces a la Argentina y en 1983 filmé Cuarentena, una película testimonial, sobre el escritor Osvaldo Bayer durante su exilio en Berlín. Juan... fue mi tesis final en la escuela de cine. Investigué el caso del único desaparecido de Bariloche, Juan Marcos Herman, secuestrado el 16 de julio de 1977. Los problemas de identidad de varios argentinos, descendientes de alemanes, quedaron pendientes.
–Usted describe en Pacto... el comportamiento de una parte de la sociedad de Bariloche que apañó a Priebke. El profesor Herbert Best, quien integró las juventudes hitlerianas, se convirtió en disidente y terminó expulsado del colegio.
–El profesor Best, procedente de Alemania, trabajó como docente en Bariloche desde 1957 hasta 1960 y tuvo una experiencia de primera mano con los nostálgicos del Tercer Reich recién llegados al país. La evolución crítica de Best de respecto sus experiencias con el régimen caído fue desperdiciada y rechazada por los alemanes de Bariloche. El tuvo de alumnos a hijos de inmigrantes de la posguerra, quienes tres décadas después formaban parte de una comisión directiva que nombró a Priebke como presidente de la Asociación Cultural Germano-Argentina. A ellos les fue ocultada la verdadera historia y siguieron ocultándola: pensaban que al cuestionar al nazismo se cuestionaba a Alemania. Esa tesitura se mantuvo en el tiempo y hubo un ocultamiento consciente. Los argentinos seguimos teniendo una curiosa fascinación por lo que proviene de Europa. En los ’50 no sólo recibíamos a europeos con alfombra roja sino que, además, no les preguntábamos nada. Esto fue aprovechado por los europeos con experiencia en el Reich que, cuando se tocaba el tema de la guerra, sólo vertían monosílabos en tono de víctima y cerraban cualquier tipo de diálogo. La condición de “incuestionables” les permitió actuar con soberbia y conducir una institución educativa argentina, durante años, sin compartir las decisiones con un solo pedagogo y prohibir la exhibición de la película La lista de Schindler entre el alumnado.
–Priebke tejió fuertes alianzas locales, nacionales e internacionales. ¿Cómo explica el poder que mantuvo en Bariloche hasta ser extraditado a Italia en 1995?
–El fue construyendo una imagen propia, la de un patriarca. Tenía buen estado físico, una jubilación alemana (por los servicios prestados antes del ’45) y además disponía de tiempo. Por otra parte, sus colegas iban perdiendo el ejercicio de la lengua alemana y para pedir subsidios a Alemania hacía falta alguien que escribiera y hablara correctamente el alemán. Eso le daba a Priebke el control de todo, y un espacio de poder para disfrutar de una tercera edad sin problemas y sin pasado. Quizás en la cabeza de adherentes y amigos suyos seguían respetándolo por la jerarquía policial y en las SS que había alcanzado, y lo dejaron tener un rol de poder en la comunidad alemana.
–¿A qué atribuye la falta de respuesta organizada por parte de la sociedad de Bariloche ante la presencia de genocidas?
–Además de Joseph Schwammberger y Priebke no hubo otros criminales de mediano rango en Bariloche, salvo que hayan estado de paso. Pero esto, pese a los rumores y mitos, no fue debidamente comprobado. En Bariloche, gran parte de la población estuvo y está en contra de los nazis, pero hubo nostálgicos y adherentes. En los sectores medios y bajos, Priebke tiene aún sus mejores aliados y sostenedores, temerosos de poner en riesgo un trabajo o un futuro laboral. Pero las radios se inundaron de llamados de oyentes, en repudio a la propuesta de dos integrantes del Concejo Deliberante local, que estaban en contra de declarar persona no grata a Priebke en 1994. La primera respuesta opositora concreta fue el libro El pintor de la Suiza Argentina, de Esteban Buch, en 1991, pero no tuvo la difusión y repercusión necesarias.
–¿Qué recuerdo tiene de Priebke?
–Yo no lo traté. Mi recuerdo proviene del material con el que trabajé para la película. Priebke cuenta como un hecho natural la actividad de los campos de exterminio. En una charla con la prensa mencionó reiteradamente al Vaticano, como si eso lo alejara mágicamente de los tubos donde guardaba a los prisioneros en la Via Tasso, sede del Comando de las SS, donde él tenía su oficina. Sí tengo un recuerdo fuerte de una conversación telefónica que mantuve con Enriqueta Comincioli, quien fue torturada en presencia y por orden de Priebke en Brescia, antes de ser deportada al campo de concentración de Mauthausen. Conmovida y casi gritando, me dijo: “A ese capitán lo recuerdo por sus botas altas y negras. Yo tenía 18 años, y ese capitán sólo miraba y daba órdenes en alemán, mientras seguían pegándome y pegándome interminablemente”.
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