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Rene Laloux: el animador maldito
En "Gandahar", su última película, realizada en Corea del Norte (que por aquellos años –mediados de los 80- todavía se permitía el lujo de exportar cintas de culto en el campo de las Kaiju Eiga como "Pulgasari"), con un equipo de 150 personas, Laloux lleva hasta el extremo esta premisa. La ciencia ficción hard de su propuesta inicial (que esta vez no tiene como base la literatura de Stefan Wul –como las anteriores- sino la de Jean Pierre Andreton) convive con retazos de cine de aventuras y del bélico, incluyendo un leve romance, en un contexto ideológico que también contiene retazos de antropología social en la descripción de esa sociedad perfecta, la gandahariana, que excluye y arrincona a los diferentes, provocando sin quererlo el germen que originará, a largo plazo, su destrucción.
Sin embargo, no debería llevarnos a error su fachada genérica, ni considerar la obra de Laloux como menor por este aspecto; antes al contrario, sus tres largometrajes se definen desde la complejidad haciendo de su visionado una experiencia solo apta para adultos y/o adolescentes inquietos, pues se sabe, por tanto, repletos de recovecos poliédricos y segundas lecturas, de matices filosóficos, incluso lingüísticos, que enriquecen cada uno de los segmentos en los que se estructura su entramado, posibilitando la rara habilidad de que alguna de sus partes se disfrute por encima del todo; en términos pragmáticos: son películas que amortizan, y de qué modo, la adquisición última de la obra.
Los tres largometrajes de Laloux se rebelan como únicos en su especie. No ya en el campo de la ciencia ficción, como se ha dicho, sino en el de la animación propiamente dicha. Todos sus colaboradores (en este orden, Topor, Moebius y Phillippe Caza) se adaptan a los medios de Laloux; a cambio, Laloux les brinda la posibilidad de mostrarse enteramente creativos. De la suma de todos estos talentos, salen a la luz propuestas de índole suculentas, cristalizadas en supramundos surrealistas y ecosistemas deliciosos donde cualquier cosa (con mayor probabilidad si se sabe concebida por cualquier de los mencionados) puede tener lugar. Así descubriremos fresas gigantes con propiedades alcaloideas o árboles que ocultan civilizaciones de hombres que no saben que lo son. También razas de gigantes que juegan con los seres vivos y de otros seres vivos que ponen en jaque a toda una civilización con la única arma del aprendizaje; también conoceremos a especies de ángeles alados que desprecian la individualidad y los pensamientos dispares. Y por supuesto, asistiremos a un despliegue de paisajes extraños, casi surrealistas, repletos de cielos marrones y nubes azules, pintados sobre óleos; con cuevas que esconden en su seno gusanos antropófagos, y con todo tipo de animales extraños y grotescos, como esas abejas gigantes que anhelan el cerebelo del pequeño Piel.
Y también con pájaros vigías y con robot huecos construidos con células humanas muertas; con mutantes preñados de poderes telequinéticos; con estructuras cerebrales del tamaño de una isla capaces de adivinar con el tiempo, a mil años vista, cuáles serán las consecuencias de su poder si sigue desarrollándose de tal modo. Y esto, sin embargo, solo es una pequeña porción apenas descrita del desbordante universo fantástico contenido en las películas de Rene Laloux.
Unos le considerarán un director de animación olvidado, apenas reivindicado por unos pocos, como Asimov, que adaptó "Gandahar" al mercado estadounidense (es decir, remontando el contenido, ocultando la desnudez y cambiando el score) con el padrinazgo y beneplácito de los hermanos Weinstein, siempre a costa de empequeñecer en los créditos el nombre, de nuevo subordinado, de Rene Laloux. A mi, personalmente, me cuesta encontrar un parangón en la cinematografía moderna (Victor Erice, ¿quizá?) en cuanto a malditismo. No ya por su larga trayectoria y los pocos largometrajes a los que su talento dio lugar, sino por el desprecio, léase ignonimia, que ha ocultado su trayectoria hasta hoy.
Ahora que todas sus obras pueden encontrarse en DVD ya va siendo hora de vindicar el cine del fallecido autor francés, René Laloux, uno de nuestros malditos preferidos.
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