sábado, 11 de junio de 2016

Historia de un clásico de los video juegos de los 80s... Kung Fu Master. Marcó mi infancia.


KUNG FU MASTER



‘Kung-Fu Master’, adicción atemporal
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Hay muchos videojuegos de nuestra infancia de los que guardamos un magnífico recuerdo, pues tienen el honor de habernos hecho disfrutar durante horas y horas de vehemente diversión. Sin embargo, todos somos conscientes de que muchas de esas sensaciones están magnificadas por efecto de la nostalgia y la impresionable visión que teníamos de pequeños. De hecho, si hoy día nos pusieran delante esos juegos, a la inmensa mayoría no dedicaríamos más de un minuto. En cambio, habría otros, muy pocos, a los que… ¡no podríamos parar de jugar! Es el caso del título que hoy vamos a recordar.


“Kung-Fu Master” nació como máquina recreativa en Japón en 1984, basada en una película protagonizada por Jackie Chan y que, como dato anecdótico, fue rodada en Barcelona: “Wheels on Meals”. El éxito del videojuego le hizo dar pronto el salto a EEUU en primer término, para posteriormente extenderse por el mundo entero merced a las múltiples conversiones que se programaron para los sistemas de ocio electrónico domésticos.
La historia, bastante sencilla, contaba cómo dos enamorados, Thomas y Silvia, iban dando un alegre paseo cuando, de repente, eran atacados por un grupo de desconocidos. Thomas, experto en Kung-Fu, lograba dejar K.O. a varios de los atacantes, pero no podía evitar que, con la confusión de la pelea, el resto lograse secuestrar a su amada. Más tarde, una misteriosa carta firmada por un tal “X”, nos retaría a acudir al Templo del Diablo si queríamos volver a verla.

Nada más echar cinco duros a la máquina, la pantalla se oscurecía y se oía la voz de Thomas lanzar su peculiar grito de guerra, que venía a sonar algo así como “guatá”, pero que en cada barrio tenía su propia vocalización. En cualquier caso, dijera lo que dijera, el berrido nos ponía las pilas de inmediato, hasta el punto de que incluso llegábamos a leer la carta del tal “X”, que aparecía a continuación, pese a estar completamente en inglés.
Tras esto llegábamos a la primera de las 5 plantas del Templo del Diablo, que habíamos de recorrer horizontalmente, eliminando a cuantos enemigos salieran a nuestro paso a base de patadas, puñetazos y patadas voladoras. Con excepción de los jefes de fase, todos los rivales de las distintas plantas resultaban bastante sencillos de liquidar, siendo el principal peligro tener que hacer frente a un elevado número de ellos al mismo tiempo.


El enemigo más común, la típica carne de cañón, nos atacaba sin más armas que sus puños, que levantaba amenazadoramente al aproximarse. Aunque era bastante asequible, no convenía relajarse en exceso, pues si nos agarraba hacía bajar nuestra vida a toda velocidad. Una variante de estos eran los enanos, a los que sólo podíamos derrotar con golpes bajos, con el peligro añadido de que en ocasiones saltaban, obligándonos a despacharlos con una patada voladora.
Los cuchilleros eran más peligrosos, y un impacto nos hacía perder más de un tercio de la vida. También había momentos en los que caían jarrones del techo, de los que emergían dragones que escupían fuego, o crías que reptaban hacia nosotros, quitándonos en ambos casos la mitad de la barra de vida. Existían igualmente una especie de esferas que permanecían unos segundos estáticas para, a continuación, explosionar arrojando tres proyectiles. Finalmente, una especie deinsectos voladores completaban el plantel de antagonistas comunes a abatir.


En cuanto a los jefes de fase, también cada uno con su propio nombre por barriada, en primer lugar teníamos al “tío del palo”, un maromo con una estaca tan amenazadora como poco útil en tan inexpertas manos. En segunda posición llegaba “el de los bumeranes”, algo más complejillo pero igualmente asequible estando mínimamente atento al ir y venir de los proyectiles.
En la tercera planta hacía acto de presencia “el gigante”, un impresionante mastodonte que soltaba unas patadas que dolían fuera de la pantalla. Afortunadamente, daba más miedo que galletas. En cuarto lugar aparecía “el mago”, que no sólo conjuraba criaturas (una especie de búho), dobles de sí mismo y bolas de fuego, sino que además podía esfumarse ante nuestras narices. Este boss suponía un verdadero reto.
Para terminar, en el quinto piso nos enfrentábamos al enemigo final, “el karateka”, un tío de complexión similar a la de Thomas que era capaz de cubrirse de los golpes que le lanzábamos. Este hijo… de una señora estupenda seguro, me amargó la infancia.

Cuenta la leyenda que, una vez completado el juego, volvíamos a la primera planta, pero con la dificultad aumentada, y se nos concedía un pequeño galardón en forma de dragón. Debo reconocer que nunca logré tal gesta, así que agradeceré cualquier consejo de jugadores más experimentados que me sitúen en el buen camino (¿¡cómo me cargo al karateka!?).
Para terminar, me gustaría hacer una mención especial a la música de fondo que sonaba continuamente a lo largo de nuestro periplo por el Templo del Diablo. Se trataba de una sintonía monótona y repetitiva, pero… ¡era genial! Aumentaba las pulsaciones del jugador con poco más de tres acordes. No se puede lograr más con menos.
“Kung-Fu Master” era un juego tremendamente adictivo. No soy capaz de analizar racionalmente por qué, pero de pequeño me tenía bastante enganchado, y recientemente he tenido ocasión de volver a disfrutarlo, experimentando unas sensaciones muy similares. Creo que pocos títulos pueden presumir de haber envejecido mejor.

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